Sin correr gano esta carrera, yo estoy fuera de concurso
Tal vez el éxito de esta historia sea el fracaso mismo de jamás poder contarla con exactitud, pues como él mismo protagonista lo expresa, tendríamos que vivirla en carne propia para no hablar desde la empatía, sino desde el corazón.
Nadie está preparado para desaprender. No hay una fórmula mágica que enseñe a deshacer los pasos. No se puede extrañar lo que no se conoce, pero tampoco se puede olvidar lo que ya se vivió.
No hay otra explicación si no es esa por la que para Marlon resulta aún tan difícil comprender la dinámica de su vida; pues desde que nació ha sentido que su lucha ha sido siempre hacia atrás, evitando que se apague una luz que en el fondo siente que jamás se encendió.
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Cuando era apenas un bebé, el llanto imparable de Marlon -a diferencia de la calma inexplicable de su hermana melliza- comenzó a llamar la atención de los médicos, por lo que unos cuantos meses después de haber nacido lo sometieron a una serie de exámenes que mostraban pequeñas fracturas en sus huesos; lo que inicialmente generó una alarma entre los profesionales que indicaba que podía ser consecuencia de un maltrato familiar.
Tras los intentos desesperados de sus parientes por demostrar que las causas eran otras, lograron descubrir al poco tiempo que lo que tenía era una enfermedad llamada Osteogénesis imperfecta, también conocida como Huesos de Cristal. Esta condición es un trastorno genético en el cual los huesos se fracturan sin razón aparente y con demasiada facilidad, lo que se traduce en dolores insoportables que él sentía desde que era un bebé y que, por obvias razones, no podía explicar.
Su infancia no podía transcurrir normal. Lo que para un niño son aventuras cotidianas para él representaba un riesgo letal. Su deseo de correr y jugar en el colegio con sus amigos lo hacían ignorar por completo su fragilidad física, e incluso, se convenció a sí mismo, por muchos años que el exceso de cuidado que le ponía su abuela era simplemente un instinto de sobreprotección, negándose a enfrentar su realidad. Sin embargo, el 8 de diciembre del 2012 la vida le cambió para siempre.
“Yo iba camino a visitar a mi papá y estaba lloviendo mucho. En condiciones normales cualquier persona con un poco de cuidado podría bajar la falda sin problemas, pero para mí era un reto casi imposible de sortear. Cuando menos pensé empecé a rodar por la falda y ya después no me podía ni parar”.
Aunque el dolor que sentía era insoportable, a lo largo de los años él había aprendido a manejar esa sensación. De todos modos, se decía a sí mismo que: “era tan solo una más, que pronto pasaría”. Después de esperar más de tres horas en el hospital, su diagnóstico era una fractura de fémur que, si bien era dolorosa, no significaba el fin de nada, aunque lo que no sabía, era que, desde entonces, su vida también se partiría en dos.
La recuperación de este tipo de accidentes en una persona que padece esta condición es aún más complicada; pues no solo hay que tener cuidado con la zona fracturada, si no también tener en cuenta cada parte del cuerpo que con un mal movimiento puede terminar afectada. Pese a esto, todo parecía ir bien en su proceso, pero un día, mientras Marlon se organizaba para salir con su padrastro se le deslizó una muleta en el baño ocasionándole una lesión en su otra pierna; lo que implicaría meses después, mientras se recuperaba ya de sus dos fracturas, que se cayera de nuevo y sus dos piernas se rompieran otra vez sin ni siquiera haber sanado por completo; casi como si su cuerpo fuera un rompecabezas que no podía terminar de encajar.
En cuestión de un año, Marlon vivió un infierno. Primero, el dolor de fracturas distintas que eran cada vez más insoportables, y, segundo, el crecimiento imparable de una sensación mucho peor: el miedo. El mecanismo de defensa que adoptó su cuerpo fue la negación absoluta a volver a caminar de nuevo, convirtiendo su casa por los siguientes cuatro años en el único mundo existente.
A medida que iba creciendo, su frustración también lo hacía. Sus anhelos eran cada vez más cotidianos, soñaba con la posibilidad de volver algún día “a hacer un mandado, barrer, trapear o salir a pedir dulces un 31 de octubre”, cosas sencillas que incluso su hermana melliza muchas veces se negaba a hacer únicamente porque a diferencia de él, ella tenía la opción de decidir.
Marlon se aisló por completo de todo. Decidió terminar de estudiar de forma virtual y se cerró a la posibilidad de tener amigos, pues sentía que nadie podría verlo nunca como una persona normal y no quería sentirse señalado -ya le parecía suficiente con su propia incapacidad de observarse a sí mismo-.
Todo lo que Marlon había atravesado le había dejado ya las ilusiones incompletas. Su manera de sobrellevar la realidad era ver la vida como una simple supervivencia y alejarse por completo de todo lo que lo pudiera conectar con los sueños. Pero la vida, buscando siempre el perfecto equilibrio, le fue dando a través de la música y de sus llamadas distracciones, una tregua que lo llevarían muy lejos.
En un momento decisivo para él -quizá uno de los más difíciles- por cosas del azar se topó con una canción de la reconocida banda de Medellín “Alcolirykoz”, la cual inconscientemente como él mismo lo dice, le salvó la vida.
Las letras de sus canciones lo fueron conectando con la necesidad de escribir como un mecanismo para liberarse y encontrar un punto de fuga que lo mantuviera a flote; pero al mismo tiempo, empezó a considerar la opción de estudiar como una forma de retar la vida. Hoy, con 18 años, cursa el segundo semestre de Ingeniería de Materiales en la Universidad de Antioquia.
Sus retos más que intelectuales, han sido frente a sí mismo: su valentía para reconocerse como un igual entre sus compañeros y hacer a un lado su discapacidad, su fortaleza para seguir intentándolo -aunque internamente algo le diga que no vale la pena- lo convierten en el protagonista de la frase que dice su banda favorita: sin correr gano esta carrera, yo estoy fuera de concurso.