La familia: un motor de vida
La entereza de Lily y el amor por sus hijos, al quedar viuda por una situación de violencia en la ciudad, hicieron que hoy, de a poco, su vida vaya saliendo a flote al encontrar en la Unidad Familia Medellín de la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, ese calor de hogar y la oportunidad para seguir adelante con su proyecto de vida.
El viaje de una sola bala puede acabar para siempre con la vida de muchas familias, inclusive si no es a ellos a quien se les dispara.
El 27 de junio de un año cualquiera, sonó el teléfono. Lily esperaba que, como ya era costumbre, fuera su esposo el que estuviera al otro lado de la línea para preguntar por sus dos hijos, aunque la voz que dirigía la conversación esta vez era mucho más aguda y desesperada: “sube rápido, dos hombres en una moto acaban de dispararle a tu esposo”.
Los minutos de camino al hospital en la ambulancia fueron eternos, Lily estaba llena de interrogantes. El miedo la hacía pensar muy rápido, pero las piezas no encajaban. ¿Su esposo tenía un enemigo que ella desconocía? ¿El silenciador del arma significaba que todo había sido planeado? ¿Si él no sobrevivía, de quienes tenía que cuidar a sus hijos?
Entre el vaivén de emociones, la esperanza de que él mismo pudiera contarle lo que sucedía, permanecía intacta.
Fueron 20 días de incertidumbre. Mientras él estuvo hospitalizado, ella siempre se mostró optimista y ambos lucharon con todas sus fuerzas, tanto así que en menos de un mes ya estaba listo para terminar su recuperación en casa.
“Para nosotros esa pesadilla era como un renacer. Él me contó que el atentado lo habían hecho porque llevaba meses negándose a pagar las vacunas y que su silencio frente al tema era por no preocuparme. A casa llegamos un viernes y todo el fin de semana estuvimos planeando cuando irnos, soñábamos juntos tumbados en la cama a dónde nos mudaríamos y cómo mantendríamos a salvo a nuestra familia”.
Algo peor que no tener una segunda oportunidad, es que esta se desvanezca más rápido que la primera. El lunes 19 de julio -dos días antes de su cumpleaños, y minutos antes de que pusieran en marcha su plan para irse- Lily notó algo extraño en su esposo. “Él se empezó a asfixiar, estaba pálido y la lengua la tenía blanca, yo sabía que algo estaba mal, salimos para el hospital y cuando llegamos allá, yo ya estaba derrumbada”.
Ella estaba atenta a una señal del médico que estaba reanimando a su esposo y de repente vio por una ventanita como él hacía un gesto negativo con la cabeza. Ahora sí estaba segura de que había muerto, y el sinsabor más grande que tenía, era que no habría una despedida, pues todos esos últimos días que estuvieron juntos nunca hubo espacio para una. Estaban llenos de optimismo.
…
Los desafíos desde entonces eran cada vez más grandes. Lily se había quedado sola con sus dos hijos, uno de cuatro años y el otro de 18 meses; no encontraba las palabras adecuadas para contarle al más grande que su padre no iba a volver, sentía miedo porque el más pequeño no iba a tener ningún recuerdo de él, y además no había sido capaz de permanecer en el apartamento, aunque tampoco tenía cómo pagar; por lo que su única salida fue regresar a casa de su madre.
Los primeros meses parecían imposibles de sobrellevar, sin embargo, sus dos pequeños eran el motivo por el que Lily se prometió a sí misma salir adelante, y aunque pasó por muchos trabajos, reconoce que fue apenas en 2014 cuando todo se empezó a ordenar de nuevo.
La Unidad Familia Medellín, adscrita a la Secretaría de Inclusión Social, fue el principio de un nuevo destino que de a poco le devolvió la esperanza. Su primer trabajo fue en el área administrativa; donde se encargó de manejar los refrigerios, el transporte y la papelería cuando había eventos. Su buen desempeño y sus ganas de hacer las cosas bien la fueron llevando cada vez más arriba; aprovechando todas las oportunidades que le ofrecía el sistema, comenzó a estudiar y a dar pequeños pasos que la llevaron hasta donde hoy está: trabajando como Gestora Territorial de Acompañamiento Familiar para la misma unidad que un día le abrió un camino infinito de posibilidades.
Su rol dentro del equipo es acompañar a los hogares en situación de pobreza de la ciudad, acercando la oferta institucional que brinda el Distrito; en otras palabras, siembra en las familias la esperanza de que todavía hay opciones valiosas que bien aprovechadas, les puede cambiar la vida para siempre. “Yo les digo a ellos que hay que saber encontrarse con la oportunidad. Aquí la ayuda no es momentánea porque queremos ir más allá, no nos interesa solamente quitar el hambre 15 días con un mercado, sino lograr que muchos hogares no vuelvan a sentirlo. Aquí les ayudamos a construir hojas de vida, somos puentes para conseguirles empleo, tenemos oferta de educación para los niños, hay muchas cosas, solo necesitamos que tengan ganas de aprender”.
Aunque su proceso no ha sido lineal, su disposición y la pasión por el estudio le han servido como atajo para cumplir sus sueños y en ello, sus dos hijos -quienes también se han formado académicamente gracias al sistema- han sido cómplices y testigos de todo el camino. La Unidad lleva siendo por ocho años una segunda familia para ellos y le han transmitido a Lily el deseo de llevar ese legado a muchas otras que habitan la ciudad de Medellín.
Su anhelo más grande ahora, es que sus hijos recuerden a su papá como “un angelito que Dios necesitaba en el cielo, y no como el padre que fue arrebatado por la violencia”.