Casa Vida: un lugar para recuperar los sueños

Así es la historia de Juan*, un joven que a sus 18 años se parece a otros tantos que están descubriendo su futuro, apasionándose por una carrera y volviendo realidad el “algún día quiero ser” de cuando eran niños. Aun así, ese es el mismo Juan que ahora es capaz de regresar años atrás y contar con valentía los tramos que vivió para llegar hasta donde hoy está, ese que se pone cada vez más cerca de lo que anhela ser; un referente de vida.

Con apenas 11 años Juan iba desde Medellín camino a Acandí, en Chocó, con la ilusión de conocer a su madre. En su pequeña mente había muchas preguntas: cómo sería ese primer encuentro con ella, si sus rasgos eran similares a los de esa mujer que por tantos años soñó conocer, cómo debía saludar un hijo a una mamá, y la más importante; si lo iba a querer. Cuando por fin llegó al muelle sus ojitos se movían de un lado a otro buscando una tez morena como la de él, pero su primer desacierto fue toparse con una mujer blanca que decía ser su madre, aunque los siguientes -todavía más dolorosos- fueron por creer que, llegando hasta ella, iba a encontrar el refugio del que siempre había carecido.

Después de vivir dos años juntos, la relación era cada vez más indiferente, aún estando en la misma casa se sentía como si estuvieran a kilómetros de distancia. “Una vez mi mamá me dijo que tenía que ausentarse y que un día volvería, pero se fue para Estados Unidos. La verdad es que hasta semanas después fue que entendí que me había abandonado por segunda vez. Lo único que me dejó fueron 20.000 pesos”, expresó Juan.

Aunque la infancia de Juan no era convencional como la de otros niños, seguía siendo uno, y ¿qué hace alguien de su edad con ese dinero? a eso de las 4 de la tarde de ese mismo día, ya no tenía ni un solo peso, y fue apenas al día siguiente cuando comenzó a sentir mucha hambre que entendió que tenía que encontrar una forma para sobrevivir, y sin tener otra opción, salió a la calle dispuesto a aferrarse a cualquier solución.

Para su infortunio, las personas con las que se cruzó en ese momento se aprovecharon de su inocencia y le hicieron creer que la única forma de conseguir dinero, era permitiendo que abusaran sexualmente de él. Durante el siguiente año, esa fue la única forma en la que un niño de 13 años sabía que podía ganarse la vida, y lo paradójico era que la idea del retorno a casa con su padre no le ofrecía un panorama mejor, pues había sido precisamente esa misma razón por la que a sus 11 años huyó de allí.

Juan no tenía claras muchas cosas, pero en su cabeza siempre hacía ruido un sueño: poder estudiar y convertirse algún día en piloto, y aunque no era más que una fantasía, inconscientemente esa ilusión se fue convirtiendo en el único motor para aspirar a un mejor futuro. Aunque hasta entonces no había tenido buena suerte -ni con sus vínculos de sangre ni con los externos- él seguía viendo el mundo conforme a su buena fe, y guardaba la esperanza de que en algún momento todo fuera diferente. “Un día alguien me ofreció un trabajo distinto al que tenía. Solo me tocaba ayudar a cruzar migrantes de Acandí hasta Panamá; lo único que pregunté era si allí ya no me obligarían a acostarme con nadie y eso me parecía un motivo más que suficiente para decir que sí”. 

El Darién es una exótica y peligrosa selva fronteriza entre Colombia y Panamá, por donde pasan a diario cientos de migrantes, de los cuales, menos de la mitad logran cruzar al otro lado. 

Allí estaba Juan. El olor a pantano, la melodía de los animales y los cristalinos ríos lo tenían en un principio sorprendido y enamorado. Era un niño. Sin comprender aún lo que le esperaba, los 20 dólares que iban a darle por cada persona que ayudaría a cruzar, eran suficientes para ahorrar y poder estudiar en un futuro -pensaba él y nada más le importaba-.

Fue incluso esa ilusión lo que lo mantuvo a flote durante un mes, cuando poco a poco ese trabajo se fue convirtiendo en extensas jornadas sin dormir y sin comer, e incluso, cuando el olor a pantano se mezclaba con el de la sangre y le tocaba ver morir a muchas personas que se rendían a mitad de camino. “Era sobre todo muy triste, porque en ese largo trayecto yo conocía personas muy bonitas que iban tras sus sueños, y ver que no alcanzaban a llegar al otro lado para cumplirlos me impactaba mucho”. Sin embargo, Juan siempre sabía cómo darle la revancha a la vida y entendía todas esas situaciones como oportunidades para él insistir en su lejano sueño: ser piloto. 

De allí salió ileso -aparentemente-. Fueron 3 millones de pesos los que “recogió” por su trabajo. Legalmente debía ganar casi el doble, pero el jefe le decía que era mucho para un niño. Ahora bien, ¿si alguien a su edad no sabía qué hacer con 20.000 pesos, que se podía esperar de esos 3.000.000? El fruto de su esfuerzo se esfumó en cuestión de dos días cuando volvió al barrio en el que vivía en Acandí, pues Juan compartió su dinero con algunos vecinos y amigos hasta que lo único que dejó en su bolsillo fueron 180.000 pesos -que por intuición- sentía que debía usarlos para retornar a Medellín. 

Cuando Juan volvió a Medellín, la ciudad se veía un poco más pequeña. Ya era admirada a través de unos ojos más grandes y con más ganas de comerse al mundo. Después del viaje apenas le quedaron 20.000, que eran decisivos para definir dónde y cómo iba a pasar la noche; pero en cambio, pensó que la mejor opción era dárselos a una señora mayor que vendía dulces, y es que esa es su esencia, pensar siempre en el otro, aunque hasta entonces nunca nadie había pensado en él. Aun así, esa noche algo cambió. 

Por cosas de la vida Juan terminó en el puente de la plaza Minorista buscando un espacio solitario para dormir, y es que aunque seguía siendo un niño, se había vuelto resistente al miedo. La compañía que tuvo fue la de un habitante de calle que le brindó por una semana protección, quien, por primera vez en su vida no le exigía nada a cambio: “Fue un ángel y el principio de todas las cosas buenas que me pasaron después, gracias a él terminé en Casa Vida, pues él se contactó con la Alcaldía de Medellín y ellos de inmediato me brindaron ayuda”.

Casa Vida es un hogar de paso que acaba convirtiéndose en el único y permanente para algunos niños y niñas que han sido víctimas de explotación sexual y comercial. Es un programa de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín, que se empeña cada día en brindarle a los menores un lugar seguro. Un lugar donde se puedan restaurar sus derechos y ayudarles a pintar de nuevo un mapa de sueños como el que nunca nadie debió haberles arrebatado. Cuando Juan llegó allí su vida estaba a tope, y aunque ya no tenía nada más que perder, la ayuda psicosocial, los educadores y las personas que se fueron convirtiendo en su red de apoyo, le recordaron que había un sueño esencial por cual luchar: su deseo imparable de ser piloto. 

El proceso lleva alrededor de 4 años en los que poniendo todo de sí mismo, ha tomado la heróica decisión de transformar las grietas de su pasado en escaloncitos para llegar a la meta. Se ha enfrentado a su pasado una y otra vez hasta que ha conseguido contarlo de a poco con menos tristeza. Se reconoce a sí mismo con orgullo por haberse mantenido firme en el camino, y porque con esfuerzo y optimismo pudo terminar su bachillerato y ahora está cursando el primer semestre de aeronáutica. 

Ahora, Juan reconoce que su antes, lleno de sinsabores y malos momentos, es el que constantemente le recuerda que nació para devorarse el mundo y que su historia no merece enterrarse, si no ser un ejemplo para todas las personas que han nacido lejos de los privilegios; y así, como la mayoría de sus vínculos estuvieron trazados por el interés y la maldad, ahora cree que la gente con la que se topó en Casa Vida son la recompensa y que ha valido la pena.

“Casa Vida es grande. Yo soy lo que soy gracias a este lugar porque yo vine aquí sin esperanzas, yo tenía muchos sueños, pero mi realidad de vida los opacaba y los hacían ver lejos, pero las personas de aquí me han ido impulsando y motivando. Eso es este lugar: oportunidades. Este ha sido el mejor capítulo de mi vida, todo lo que soy y sé hacer es gracias a este programa”.

Dijo Juan.

El nombre utilizado en esta crónica no es el nombre real del protagonista. Esto con el fin de proteger su identidad.  

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