Centro Día el lugar de las segundas oportunidades
Esta es la historia de John Fredy Barrada, un ex habitante de calle que ahora trabaja con el equipo de intervención en calle de la Secretaría de Inclusión Social, dando una voz de aliento a las personas que se encuentran sumergidas en la drogadicción y demostrándoles que, con voluntad y ayuda, sí se puede empezar de nuevo.
La mente tiene una fijación extraña con algunos momentos en los que el cuerpo humano experimenta emociones demasiado fuertes; tanto así, que puede quedarse enganchada por años al recuerdo de lo que duró solo un instante.
Ese instante que lleva persiguiendo por más de 15 años a John Fredy Barrada, se parece al de millones de personas que prueban las drogas sin saber que aquellos segundos de gloria, se llevan todo a su paso, destruyendo vidas enteras. Un instante que no comenzó con el bazuco, sino bajo el engaño de “ser un consumidor social de perico” que lo convenció por mucho tiempo de tener bajo control una adicción, que realmente no puede ser controlada por nadie.
Después de pasar más de 10 años en la calle, John Fredy tenía ya la sensación de que muchas esquinas de Medellín eran su casa, aunque con el paso del tiempo-paradójicamente- las sentía cada vez más estrechas, incomodas, inseguras, frías y ajenas.
La casa de entonces -la calle- no se parecía en nada a la que tuvo antes cuando gracias a su trabajo como guardaespaldas y a los negocios que tenía en Bogotá, llevaba una vida bastante cómoda y normal. Tampoco había similitud entre el Jonh Fredy de esa época y el de tantos años después, que, por una mala decisión, lo había perdido todo.
Cuando Jonh llegó a Bogotá persiguiendo sus sueños, estaba convencido de que no se había traído consigo los malos hábitos que hacían parte de su anterior círculo social, pero con el paso de los días, empezó a experimentar un deseo insaciable por una dosis de perico que lo llevó a caminar desesperadamente sin una dirección por las calles de esa desconocida ciudad, topándose con un habitante de calle que se convirtió en su única esperanza.
“Yo le pregunté que dónde podía conseguir una dosis personal de perico, por mi apariencia él sabía que le convenía mostrarme un lugar donde hubiera mucha droga porque sabía que podía pagarla, así que me llevó hasta una casa cerca a Chapinero en la Avenida 57. Era una olla de vicio, pero por fuera se veía como un sitio muy colonial, tenía una fachada muy bonita, estaba sorprendido”.
– Siéntese, todavía no ha llegado el perico, pero no debe tardar más de una hora. – le dijo el vendedor de la zona.
Su cuerpo ya estaba demasiado ansioso. Sentía que algo lo empujaba a consumir cualquier cosa que tuviera cerca, lo que lo llevó a comprar – en lugar del perico que nunca llegó – una dosis de bazuco.
Eran las 11 de la noche cuando Jonh experimentó por primera vez en su vida el efecto de esta droga. A las 11:03 ya había comprado la segunda dosis y a las 6:00 de la mañana, ya había perdido la cuenta. Esos primeros segundos, que él describe como una “sensación de placer absoluta y regocijo”, acabaron convirtiendo el resto de su vida en una pesadilla.
A punta de dosis que costaban apenas 600 pesos, Jonh fue perdiendo de a poco todo lo que tenía, incluyendo el bar que con tanta ilusión había abierto en Bogotá, pero como no hay cosa más difícil para un adicto que reconocer su adicción; cuando tocó fondo pensó que la solución era regresarse a Medellín, donde lejos del bazuco, todo iba a volver a la normalidad.
En su larga lucha entre las drogas y la calle, Jonh siempre tuvo claras dos cosas: la primera, que no usaría la casa de su mamá como resguardo cuando la calle se ponía demasiado difícil, y la segunda, que no iba a arrastrar a su familia a vivir con él ese infierno. Por eso, cuando regresó a Medellín a casa de su madre y lo volvió a invadir el deseo de consumir, se fue al centro de la ciudad a buscar el bazuco ya convencido de que no volvería jamás.
Desde entonces, las calles de Medellín fueron el lugar de estancia de John por más de 10 años; desde la primera noche cuando se fue a dormir y le robaron todo lo que tenía, hasta la última, cuando sintió que ninguna acera era lo suficientemente grande y adecuada para él.
“Yo sentía que no pertenecía a ninguna parte. De verdad quería salir de ahí, estaba cansado, sentía deseos de cambiar, pero me asustaba meter a mi familia en esto. Mi única esperanza fue Centro Día 2 y ahí comenzó todo, fue un regalo del cielo para mí”.
Centro Día 2 es un componente de la Alcaldía de Medellín donde diariamente se atienden alrededor de 1.200 habitantes de calle. Lo que para muchas personas es un lugar que “perpetúa esta condición en las personas y que no ayuda para nada”, para los habitantes de calle es lo más cercano a una casa, una familia, a un sitio que les recuerda que son personas dignas que todavía tienen una segunda oportunidad.
Y es que precisamente, fue esa la sensación que tuvo Jonh Fredy cuando tomó la decisión de voluntariamente quedarse allí; tanto así, que a diferencia de muchos que hacen su proceso de resocialización en Granja y Reso (los componentes que tiene la Secretaría de Inclusión Social para hacer este tipo de procesos) él decidió quedarse en Centro Día por más de un año sin salir, tiempo en el cual venció la tentación de consumir por muchos meses, y donde además con la ayuda de los profesionales, encontró las fuerzas necesarias para empezar a reestablecer su proyecto de vida.
Aunque el proceso desde entonces no ha sido fácil, el desenlace de esta historia es esperanzador. Gracias a los programas de la Alcaldía, John pudo poco a poco volver a soñar y creer en sus proyectos, logró hacer un diplomado en Educación Terapéutica con la ilusión de ayudar algún día a las personas que, como él, cayeron en la trampa de las drogas. Gracias al acompañamiento psicosocial y al trabajo integral de los profesionales que lo acompañaron y creyeron en él, pudo deshacerse de la sombra de la adicción, que, aunque algunas veces cuando se acerca mucho a la luz se deja entrever de nuevo, ahora cuenta con las herramientas necesarias y un equipo de profesionales que lo esperan en la Casa del Egresado con los brazos abiertos para sostenerlo y darle las fuerzas que necesita.
Su pasión, compromiso, disciplina y voluntad, lo empujaron a cumplir uno de sus más grandes sueños, y ahora, trabaja como educador en el Sistema Habitante de Calle, donde diariamente, sale a las calles que un día fueron su casa, a sensibilizar a las personas que como él dice “necesitan un poco de paciencia y amor para que decidan soltar las drogas”. Hoy, John se enfrenta a sus miedos y lleva el mensaje a la población de que sí se puede. Que solo hace falta un poco de voluntad y dejarse ayudar por el equipo de profesionales que tiene la Alcaldía de Medellín.
“Cuando regresa la ansiedad de consumo, solo pienso en las personas que estoy ayudando todos los días y cómo mi testimonio los puede salvar. Por eso, cuando recorro las zonas de la ciudad e invito a los habitantes de calle a que accedan al sistema no lo hago solo como una obligación a mi trabajo, si no como una voz que es testigo de que esto funciona, de que vale la pena intentarlo y luchar. Yo puedo decir que este sistema me salvó la vida, y que ahora son ellos mismos los que más creen en mí. Yo también quiero ser eso para los demás”.
Actualmente, John es uno de los educadores más comprometidos que tiene el equipo de intervención en calle, y además de salvar su vida, está ayudando a salvar la de otras personas que están en la posición que él estuvo algún día. Ahora, John siente que no hay sueño demasiado grande y que por fin está cumpliendo su misión en el mundo desde una posición de empatía, comprensión y valentía.