Luis Bonel, un ejemplo de resiliencia

La música ha sido históricamente hiladora de ideas y refugio en las guerras; revolución y esperanza. Pero por sobre todas las cosas, la música ha sido siempre una máquina en el tiempo capaz de revivir experiencias y sensaciones que han marcado la vida de cientos de personas. 

Luis Bonel Valencia, por ejemplo, con 81 años es capaz de transportarse a los momentos más felices, dolorosos y cruciales de su vida a partir de canciones que, de algún modo, lo mantuvieron a flote durante muchos años; por eso, esta historia merece ser contada con sus tangos y boleros de fondo.
Su apariencia no corresponde en lo absoluto a su edad, y aunque él se lo atribuye a su vida en el campo, parece ser, más bien, que su cuerpo refleja todavía un alma joven que se quedó atrapada en el tiempo, anclada a un recuerdo que cambió su rumbo para siempre.

“Abrázame, apriétame a tu cuerpo, hasta sentir todo tu ser dentro de mí, te quiero tanto, tanto te quiero, es mi querer mezcla de amor y de deseo. Esta noche quiero vivir todos mis sueños y en tus brazos quiero sentir que soy tu dueño… abrázame, cobíjame con besos, que, junto a ti, quiero morir mi sueño eterno. Abrázame… ” 

Canción: Abrázame. Miltinho

A los 20 años Bonel volvió del Ejército con las esperanzas un poco rotas. Seguía preguntándose por qué su padre lo había sacado de estudiar y lo había enviado a un campo de batalla, un lugar que, como él lo dice, deja secuelas que humanamente parecen imposibles de borrar; o al menos eso creía, hasta que un día la sonrisa de una mujer lo hizo renacer y sentirse vivo.

Así como nunca le pareció obra del destino tener que irse a prestar servicio militar, sino más bien un deseo sembrado por su madrastra hacia su padre, encontrarse con “esa mujer” era en cambio lo más parecido a un regalo que le estaba dando la vida; más que una casualidad parecía una hazaña. Todos los sábados se cruzaban en el mercado de Sonsón, a eso de las dos de la tarde, hasta que un día, él se llenó de valentía y tomó la decisión más acertada de toda su vida: se acercó definitivamente a ella, asegurándose de que los encuentros de cada ocho días no quedaran al azar, sino que fueran la excusa perfecta para conocerla.

“Era una mujer con un corazón hermoso y único. De esas que no te encuentras dos veces en la vida. Me atrapó con su luz y me hizo sentir, con solo mirarla, cerca al cielo”. A los ocho meses Luis y su novia estaban seguros de que el amor les alcanzaría para toda la vida y en el transcurso de cinco años y medio nacieron dos hijos que fueron transformando el amor en algo cada vez más fuerte. Él se sentía en un sueño eterno –como dice la canción de Milthnho, la cual entona con un tono nostálgico-.

Si pensara alguna vez en lo que fui, no tendría ni la fuerza de vivir, pero yo sé, que hay que olvidar y olvido, sin protestar. En la negra caravana de dolor de los hombres que perdieron el hogar sin blasfemar, sin un rencor voy solo, con mi canción”. 

Canción: Olvido. Roberto Goyeneche

Cuando Bonel tenía tres años y medio su madre falleció por un derrame. Toda su vida -hasta que conoció a su esposa- pensó que la sombra de la muerte lo acompañaba a todos lados, y aunque por un lapso de tiempo su familia lo había sacado de ese estado de pesimismo, el destino insistía en llevarle la contraria. Un día -como era costumbre- su esposa se fue a la plaza de Sonsón a “comprar unas cositas” que hacían falta en la casa y a pasear a los niños que, para entonces, tenían un año y dos años y medio. Él, que cuidaba de la finca, calculaba siempre el tiempo exacto en el que debía salir a recibirlos y ayudarlos con los paquetes. “Ese día la chiva no llegaba y algo me decía que tenía que ir a buscarlos. Saqué mi mulita y al llegar al anfiteatro del parque sentía un pálpito que me llamaba muy fuerte, pero no se sentía como algo bueno”. Dijo Bonel.

Había llovido mucho, el cupo del carro al parecer sobrepasaba las personas permitidas, hacía mal tiempo y sin importar qué otra lista de argumentos existiera, la conclusión era la misma: 17 personas habían fallecido en una chiva que se había volcado, entre las cuales estaba la esposa de Luis y sus dos hijos. “Yo vi muchas personas llorando, me acerqué por curiosidad y acabé por encontrar a mi familia tendida en el suelo, con unas sábanas blancas que los cubría hasta el cuello. En ese momento yo morí con ellos”.

Y es que, ¿qué queda cuando lo que te alienta a vivir, se acaba antes que tú? En un principio, nada. 

Luis se desconectó por completo de todo, le pidió a su padre lo que le correspondía de la herencia para irse lejos -como si el dolor no lo llevara por dentro-. Se dio por vencido y dejó que el alcohol poco a poco lo consumiera por los siguientes diez años de su vida. 

Tiempo después de que todo a su alrededor se fuera en picada y su vida se convirtiera en una “una negra caravana de dolor” donde solo albergaba ese capítulo de su historia, el cansancio de luchar a contracorriente lo impulsó a buscar ayuda, pues creía que lo único que podía hacer por su familia, era vivir sus últimos años como ellos no pudieron y eso no podía resumirse a una mala experiencia

“Hoy todo me parece más bonito, hoy canta más alegre el ruiseñor,
hoy siento la canción del arroyito y siento como brilla más el sol… Estoy contento ya no sé qué es lo que siento…voy saltando como el río como el viento, como el colibrí que besa la flor por la mañana”. 

Canción: Estoy contento. Mario Suárez

Aunque Luis regresó a Antioquia, nunca fue capaz de volver a su casa. Para entonces, después de haber vivido en muchos lugares de Colombia, terminó por quedarse en Medellín, pero sus alientos ya no eran los mismos. Su padre ya había muerto, pero ese hecho lo sumó simplemente a su lista de pérdidas. Ya cansado, bajó sus armas por completo; decidió ir a la cancillería y pedir una ayuda definitiva para “envejecer con dignidad”. 

Por un largo periodo de tiempo estuvo en varios hogares de paso, donde no podía quedarse más de seis meses, hasta que un día, “se le cumplió el milagrito” y pudo entrar a un lugar que como él mismo lo describe, era mucho mejor de lo que esperaba.

“Yo soñaba con poder estar rodeado de árboles, lejos del caos, de la ciudad, de todo lo que me conectara con mi pasado. Llegar aquí, a La Colonia fue para mí un regalo que pienso disfrutar hasta el último instante”.

La Colonia de Belencito es una casa de larga instancia que hace parte de los programas que brinda el Distrito Especial de Medellín a las personas mayores, donde actualmente se atiende a más de 290 personas a quienes se les ofrece una atención integral y un lugar digno donde permanecer.
Luis, lleva allí ocho meses, y se ha sentido vivo de nuevo. Se levanta a las 6:00 de la mañana motivado por las diferentes clases que le ofrece el sistema, y a través del baile, el canto, las terapias, la pintura y el contacto con la naturaleza, sana todos esos recuerdos que le quitaron la felicidad por tantos años. “Hoy todo me parece más bonito”, canta mientras señala las flores y los pájaros que se asoman entre el jardín de la bella colonia.

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